LA LECTURA, por Luz María Chapela.


CUADERNO Nº 2 de Salas de Lectura. Programa Nacional Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México.


¿Cuándo nació la lectura? No podemos saberlo con certeza, pero podemos imaginarlo.

La lectura supone el encuentro de un texto con un lector. Leer quiere decir escuchar lo que otro dice, tomar en cuenta sus palabras y relacionarlas con los temores, deseos, memorias, dudas, esperanzas, necesidades y conocimientos propios. Cuando el lector relaciona las palabras del otro con su propio ser, construye nuevos significados para lo que escucha, recrea lo que oye y produce ideas e imágenes propias. Estas imágenes, estas ideas, son nuevas pero tienen un origen claro: brotan de las que el autor pone en su texto precisamente para que el lector les dé vida nueva al recrearlas.

Si entendemos así la lectura, como una escucha atenta y recreativa de lo que otros dicen, podremos viajar en el tiempo hasta encontrar al Homo sapiens.

Quizá la lectura nació en el Paleolítico Superior cuando algunos pintores se atrevieron a invitar a un par de amigos a conocer sus avances dentro de, por ejemplo, la cueva de Altamira. Los invitados se pararon ante la obra sus amigos y, admirados, leyeron cosas que ya sabían y que les reconfortaron: los bisontes, como los ciervos y los caballos, tienen cuatro patas, sus tallas varían de uno al otro y los bisontes lucen hermosos tonos ocre, rojo quemado y mostaza. Tal vez también leyeron sobre la roca que sus amigos, los pintores, eran capaces de registrar cantidades, tamaños, direcciones y hasta la noción de centro. Y aquellos invitados, al pararse frente a la pintura, acaso sintieron un leve estremecimiento al darse cuenta de que esas imágenes hablaban de ellos mismos, de su trabajo, sus problemas, sus triunfos y sus ilusiones.

O probablemente, si somos estrictos, la lectura nació todavía antes, cuando los mismos Homo sapiens se tiraban con la oreja sobre la tierra para escuchar el trepidar del suelo y leer por dónde andaba la manada, cuántos bisontes traía y en qué dirección avanzaba.

O nació cuando los estrategas del grupo dibujaban con una vara sobre la tierra distintas indicaciones, para que cada grupo de cazadores leyera con atención lo que tenía que hacer cuando llegara esa manada que esperaban, porque ya habían leído antes el trepidar de la tierra.

Lo cierto es que la lectura, entendida así, en un sentido amplio, ha acompañado a las mujeres y a los hombres desde que fueron capaces de distinguir, analizar, relacionar, mirar hacia el pasado y construir imágenes de futuro. Desde que empezaron a sentir el impulso, acaso todavía incomprensible, de contar a otros lo propio y de conocer las cosas de los otros. Desde que empezaron a reflexionar acerca de ellos mismos y a entrelazar sus recuerdos.

Paul Ricoeur, el pensador francés, dice que las personas hacemos del tiempo, un tiempo humano, cuando tejemos relatos con nuestros propios avatares: cuando narramos. Nuestras vivencias, nuestros acontecimientos se perderían en el tiempo si los dejáramos sueltos. Pero si los entretejemos, si los relacionamos unos con otros, si les damos significado, sentido, ritmo, textura y secuencia, cobran voz propia y se convierten en memoria. Entonces nos acompañan como relatos y enriquecen nuestras vidas.

En los trabajos líricos, cuando hacemos o leemos poesía, nos relacionamos con el tiempo. La etimología de poesía, del griego poiesis, habla de un eterno buscar mínimos comunes compartibles entre cosas del mundo que, aparentemente, no tienen nada que ver entre sí. El género poético construye entramados de sentido, abre preguntas y nos permite intuir y anticipar otras posibilidades. Por otra parte, el tiempo se desdibuja y puede ser lo mismo largo que ancho, lento y sinuoso, o puede resultar tan instantáneo y contundente como son los relámpagos.

Quizá la lectura nació cuando los poetas del grupo recitaban poemas recién nacidos, a la luz del fuego.

El tiempo de la dramaturgia espera a que el discurso dicho en voz alta viaje desde el escenario para alcanzar a los que escuchan en las gradas, aumenta el ritmo en espiral ascendente cuando las pasiones escalan, hace silencios largos para que se escuchen los gestos, se desploma de manera súbita y lo cancela todo cuando, de pronto, da lugar a la muerte que se adueña de tiempo, espacio y posibilidades. ¿Cómo serían los relatos de un cazador de Altamira que regresa a las cuevas como sobreviviente de un gran fracaso? ¿Cuántos y cómo se agruparían para leerlo y compartir con él —a salvo y en compañía fraterna— su inmenso drama?

Los textos que divulgan la ciencia también incluyen el tiempo. Relatan los pasos que los pensadores dieron antes de hacer un descubrimiento, nos hablan del ensayo y del error indispensables para el conocimiento. En los niveles microscópicos relatan, por ejemplo, los caminos sinuosos y llenos de estaciones de carga y descarga que recorre la sangre del cuerpo humano, o de las muchas estrategias que utilizan las células para conseguir, por medio de mensajeros, sustancias alejadas que les están haciendo falta. En los niveles siderales, los textos que difunden la ciencia nos hablan de la velocidad de la luz en relación con el tiempo, de la historia de vida de los planetas o del ritmo que late en las pulsaciones de los astros.

La literatura nos ayuda a construir tiempos humanos y la lectura los desata.

Tal vez fue la lectura la que enseñó a los primeros hombres de la Tierra a sentir y asignar valor al tiempo. A más relato, a más drama, a más poesía, mayor conciencia y amor por el tiempo: como recurso y como aliado tanto de la memoria como de la imaginación prospectiva.

Por eso la literatura, concebida como un todo, resulta un patrimonio de la humanidad, porque en ella están consignados relatos, mitos, leyendas, poemas y puntos de vista; conocimientos, estrategias y miradas que analizan de distintas maneras el pasado e imaginan distintos futuros: no necesariamente probables, pero sí posibles.

Éste es el tema general del cuaderno La lectura que aquí presentamos: la relación intelectual y afectiva, lingüística y cultural, valoral e histórica que ocurre cuando un lector lee un texto y, desde su propia persona —libre y soberana—, lo resignifica para comprenderlo mejor, para recrearlo, para hacerlo suyo y para imaginar sus propias creaciones derivadas.

Este Cuaderno pertenece a la colección Cuadernos de las Salas de Lectura, del Programa Nacional Salas de Lectura (PNSL) que impulsa el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

Queremos ofrecer una última explicación y hacer una solicitud. Al escribir las páginas de este cuaderno pensamos siempre en mujeres y hombres. Pensamos en lo humano y en las muchas y específicas maneras en que la humanidad se expresa en las personas individuales. Sin embargo, y sin olvidar a las mujeres, al escribir usamos el género masculino (el lector, el mediador, el habitante de las comunidades…) para hacer más ágil la lectura. Por otra parte, les pedimos busquen en la bibliografía de este mismo cuaderno los nombres de los libros que contienen las citas de autor que presentamos a lo largo de estas páginas.

Si tienen la oportunidad, lean algunos de estos libros para comprender mejor el espíritu y la intención de los autores; para entender el contexto en que escribieron los párrafos que nosotros tomamos y para descubrir los muchos relatos, emociones, ideas y paisajes que estos libros presentan.

Esperamos que en este cuaderno muchos de ustedes encuentren razones para reflexionar, temas para estudiar, citas para disfrutar, aliento para mejorar sus prácticas diarias y motivos para celebrar.





©CONACULTA MÉXICO
Salas de Lectura. Programa Nacional. Edición: Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes
© Luz María Chapela, por el texto
© Sofía Escamilla, por las ilustraciones


CUADERNO Nº 2: LA LECTURA
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